VOLVER A CASA:¡SER UNA CRIATURA NUEVA!
- comunidad monástica
- 30 mar 2019
- 8 Min. de lectura

LECTURAS DEL DOMINGO IV DE CUARESMA 2019
Primera lectura
Lectura del libro de Josué (5,9a.10-12):
En aquellos días, dijo el Señor a Josué:
- «Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto.»
Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.
El día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas.
Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 33,2-3.4-5.6-7
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escucha y lo salvó de sus angustias. R.
Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,17-21):
Hermanos:
Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo .
Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32)
En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
- «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
- «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. "
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo"
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."
El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"».
Palabra del Señor.
COMENTARIO A LAS LECTURAS DEL DOMINGO IV DE CUARESMA 2019
Vamos camino de la Pascua, de ese paso maravilloso del Señor. Cuando Él pasa, su cercanía nos avisa de su visión de la humanidad que desea sea tan santa y libre que es él mismo quien abre los caminos al pueblo.
Ya están en la tierra de la promesa, ya están saboreando con la celebración los frutos de la tierra, es hora de fiesta. Para el pueblo de Israel, la Pascua es verdadero centro de experiencia de fe.
Un pueblo sacado de la esclavitud de Egipto, un pueblo de camino y desierto, también de rebeldía y negación, de recuerdo del ayer en la esclavitud y de riesgo en el ahora de la libertad que ofrece ya comer del fruto de la tierra.
El Señor anuncia así al pueblo por medio de Josué lo que ha de hacer el pueblo al entrar en la experiencia de su amor, de haber llegado al puerto prometido. Surgen las danzas, la inmensa alegría, los frutos que acaban con el maná santo que no debemos despreciar de esos años de sufrimiento y desierto. Abrir paso al Señor que llega en verdad al pueblo, es providencia ver como nos quita la afrenta, porque Dios está de nuestro lado.
Para eso nos preparamos: para entrar en Dios, que es la Pascua de la redención, entrar en esa experiencia de haber sido liberados.
Nos trae la Pascua precisamente esto que san Pablo nos dice, que quienes están en Cristo son criaturas nuevas. Recibir la Pascua, caminar hacia ella, es adentrarse en el espacio nuevo de la vida, pero no una simple vida vivida en clave de humano actuar por bondades, y mira que esto está bien, sino la vida en su totalidad humana y divina, terrenal y celeste, vida de Dios y en Dios, así como la vida que sirve a los hermanos por el amor a Cristo. Esto además nos llevará a dejar esas mañas de vida anticuada, podríamos decir obsoletas del pecado, de la profunda desesperación en la que muchas veces nos encontramos. Lo nuevo es la sabio, lo que se queda en nosotros e impregna a los demás de eternidad. Podríamos preguntarnos si esa eternidad no tiene su comienzo en el don de la reconciliación. Si, ¿Por qué no? Y ya veis que hoy día ese don ha quedado suprimido, olvidado o dejado a un lado dentro de la comunidad. Y, parece que no nos fiamos de él y que lo vemos como “un ser señalados o enjuiciados”, nada más lejos de la realidad. La reconciliación no es un sacramento para el miedo, sino para la paz, es adentrarse en un diálogo de luz , donde no somos observados como enemigos sino como quienes buscan la verdad y se transforman.
La reconciliación es una tierra llena de frutos, un terreno de perdón sano y espacio santificador. Nos metemos para saber lo que Dios ama y desea de mí, para dejar el engaño a un lado y ver con la verdad de los ojos de Dios. Qué curioso, otro domingo donde os vuelvo a recomendar la mirada de Dios sobre vosotros. Dios nos mira en su Hijo Jesucristo. El sacramento ya es en Jesús una suprema y eterna verdad. No hay juego, no hay truco: es amor. En Jesús el Padre Dios actúa y perdona, no juzga, ve, entiende a través de esa mirada santificadora de su hijo nuestro interior. Eso es amar, ser amados.
Hablamos del Sacramento de la reconciliación como parte esencial de la humanidad de Cristo, de su encarnación, porque su corazón humano es un corazón divinizado por el amor redentor. Dirá san Bernardo “amo por amar, amo porque si”. No hay razón ni razones, hay acciones divinas en situaciones humanas. No hagamos preguntas que nos afectarían a la verdad que habita en nosotros, sino abracemos la verdad suprema de Cristo que en nosotros ama porque sí. Al amor verdadero no se le hace preguntas, éste exige un silencio amante, silencioso, de mirada limpia y confiada. Sí , me invitó y os invito a volver a ese amor de reconciliación. Un alma que vive la cuaresma con ese anhelo de Dios, de su acción amorosa, entra sin duda en la tierra que mana “leche y miel”, y lejos de engañarse está dispuesto a ser tocado por esa luz pascual del Cristo Resucitado. Y no quiero acabar esta parte sin avisar que este Cristo del Perdón, del sacramento de reconciliación decide entregar su pecho abierto a la esposa discípula, lo cual implica participar de todas las gracias y dones del Corazón del Esposo. Así, no nos avergonzamos como pueblo de poder ofrecer a sus fieles, el don del perdón. Una Iglesia humana que no se inventa algo tan preciado como es poder ofrecer a sus hijos el don de la reconciliación. Perdonar no es un escándalo, lo que es bochornoso es dejar al hombre a la deriva, lo que debería de asustarnos es no ofrecer el perdón a quienes angustiados no entran en la tierra que les pertenece.
Y seguimos fundamentando que somos, según la cuaresma los que aprenden el perdón y cómo llevarlo a cabo. Nuestro pilar, o al menos uno de ellos es precisamente este: hombres cristianos que saben su casa y no se van de ella, que permanecen y no echan en cara a su Padre las cosas. Cristianos tan agradecidos que reconocen sus tesoros en la comunidad y los viven abiertamente.
El evangelio nos lleva precisamente a esa decisión de salvarse, de convertirse por medio de pedir perdón, de reconocer los errores y abordarlos con humildad. ¿Qué hay de malo en que podamos corregirnos? A veces parece que se nos niega a los creyentes hablar y actuar. Y se nos pide tal perfección que somos vigilados y juzgados de modo injusto por los que no creen en el perdón, ni en la justicia, ni en la oportunidad. Este padre del Evangelio debe afrontar dos polos: el del hijo que se va y el hijo que se queda. Ambos son tratados con tanta misericordia…pero la forma de afrontar y mirar los hechos en ellos es totalmente distinto. Una misma situación vista de forma equívoca por uno y de posibilidad por el otro.
Pero es el padre el que actúa ante ellos, el que se adelanta para abrir paso, bien conocía a sus hijos, no duda en dar pasos que devuelvan conciencia.
Los cristianos estamos llamados a mirar nuestra familias como son, sin deformarlas. No somos ajenos a las peleas, o las desavenencias, a los momentos dispares que surgen, pero debemos saber ante esto qué es más importante, que debe primar, para romper la maldición de las distancias entre hermanos, de los silencios malos que nos dividen.
Creer en las acciones del Padre es obedecer a lo que más necesito. Porque solemos gastar mucho tiempo en echarnos en cara las cosas, en nuestras inconformidades, querer llevar la razón si no en todo, en casi todo. No seamos como el hijo mayor, el cual teniendo las mismas posibilidades de su hermano díscolo, la desaprovechó y condenó en sí la gracia que deseaba ordenar en él. la tierra del perdón; no caigamos en el hijo que se escapa y dilapida la herencia con alevosía, partamos del hecho de la caída y de regresar sin dudar a la casa para ser perdonados.
Feliz domingo en familia. Nos vamos acercando a la Pascua.
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