Si elegimos servir al Señor, debemos tomarlo en serio.
- comunidad monástica
- 21 dic 2018
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El valiente Josué se acerca a su pueblo, a las tribus de Israel y les habla con el corazón. El corazón tiene mucho que decir, es más, debe de decir. Convocados los ancianos, los cabeza de familia y los jueces y demás, les lleva ante el Señor. Y, comienza a hablar. Sí, ya el domingo pasado marcábamos que si Jesús hubiera sido el prudente, ya no hubiera redimido a su Pueblo, que si hubiera callado ante las injusticias, ya no sería el Dios Justo; Justo, que no justiciero. Josué habla, sale de su boca la experiencia que tiene con Dios, habla de su fidelidad al Dios Fiel. Quizá, nuestro pueblo cristiano de hoy, debería reunirse con sus pastores y hablar, escuchar, definirse. Sí, porque parece que no nos gusta que nos den lecciones, que nos dirijan, que nos muestren o señalen caminos. Deberíamos atrevernos a escuchar la dureza del Evangelio, de la Palabra De Dios en sí, la cual no busca adormecernos, sino, todo lo contrario: despertarnos del letargo cómodo en el que nos hemos quedado los creyentes. Josué es claro: “Si no os parece bien servir al Señor, escoged. Te señalo, me señalo esa palabra. Si, porque parece que estamos en dos aguas: servir a Dios, pero también a lo que no es Dios. Como una cierta esquizofrenia o bipolaridad enfermiza. Como cristiano ¿a quién queremos servir? Porque ser creyente no cuadra con la doble personalidad. Pero, si elegimos servir al Señor, debemos tomarlo en serio, tan enserio que dejemos de tener miedos, miedo a que nos reconozcan, nos señalen por ser testigos del Señor. El pueblo de Israel dijo: “Lejos de nosotros abandonar al Señor!”. Debemos decidirnos. No podemos cometer errores de ser testigos que confunden, sino los que clarifican los caminos del hombre. Reconoce todo lo que el Señor ha hecho por ti, por tu vida, tu familia. Sólo así podrás reconocer la mano del Señor.
Cuando escuchamos, nos escuchamos y, acogemos la verdad de la palabra del cielo. La sumisión cristiana no es dejar de ser libres para ser esclavos o depender de los otros, sino, los que deciden entregarse a una empresa mayor que uno mismo, pero donde no sólo me encontraré, sino que encontraré a los demás. Sumisión no es radicalismo religioso donde están los fuertes y los débiles, sino “los que forman el grupo de los que buscan al Señor.” Y, San Pablo nos lleva en esta lectura a un mundo humano donde la familia, la coherencia del amor entre el hombre y la mujer encuentran razón y fe, donde se introducen en el mundo maravilloso de la relación, del diálogo, de una sexualidad capaz de donarse. No, es la idea central de Pablo mostrar a la mujer como débil de todo este proceso humano y social, sino, por el contrario de abrir en la mujer la capacidad de su feminidad que no está sujeta a la masculinidad, sino que es el complemente verdadero de una masculina entendida como refugio de amor, de fidelidad y respeto. El hombre no es más que la mujer, sino el encargado de servirla a ella, la que tiene capacidad de maternidad, de luz. El hombre al proteger a la mujer, protege la vida-misterio y su propia identidad. Así como Cristo es el esposo De la Iglesia, la cuida, la protege y mima, y está dispuesto a dar su vida por ella, así en el hogar, cuando el hombre entiende su lugar y protege su entorno familiar, hace como Cristo una labor redentora, de purificación y testimonio. “No odiar” es el “todo amar” y eso, lleva a la santificación. La vida de familia, no es un yugo, ni un peso, sino una experiencia de amor totalizante. En ese amor, el hombre y la mujer renacen cada día, se hacen más humanos y entienden que dar la vida es ganarla. Sé que estamos en una sociedad donde este lenguaje puede ofender a los que creen que este texto es humillante para la mujer, pero, en el fondo es el verdadero reconocimiento de la feminidad y la masculina de, dos géneros, sólo dos, no hay más. El hecho de ser una sociedad que rompe la generalidad e inventa otras muchas, nos está costando caro. Porque la sociedad quiere igualar al hombre y a la mujer, que ambos son iguales y eso no es así. Ser hombre es ser cabeza, ser mujer es ser la parte más vital de la existencia. La cabeza sin vitalidad no es razonable, lo vital sin la visión de la mente será en parte ciega, confusa. Necesitamos entender que hombre y mujer son una sola carne en la diferenciación de su género, pero no de su espíritu. Así es la Iglesia de los que creemos: una sola carne, como Cristo y su Iglesia. Así es una familia: realidad indisoluble de igualdad y dignidad, sin romper, ni robar lo femenino ni masculino. Y, bien se que muchos están pensando que este modo de hablar es duro, que ya no tiene sentido y es retrógrado. Pero no, es el modo auténtico de recordar a la humanidad que no podemos seguir por los caminos que nos hemos trazado y que nos está, llevando a la ruptura del interior. ¿Nos hace vacilar estas ideas? Jesús mismo nos pregunta hoy, en este domingo. Debemos volver al Señor de la Paz, al Dios de la alegría que hace que su pueblo sea uno. Porque quiere que los cristianos, más que nunca seamos más sal y luz, más entregados y fieles. Que nos adhiramos a Él, sí, a Él. Si ya no creemos en la vida, en la familia, en los valores de los hijos, entonces ¿qué? Y, muchos sé que piensan que es un error el matrimonio, y el creer, y una fe despierta, que no merece la pena elevar los ojos al cielo y que eso de los sacramentos es una gran invención. Decidme entonces en qué creer, en quien creer. Pero seamos realistas, muchos de los que piensan así, son los que han fracasado o ven a otros fracasar. Y, la Iglesia hemos cometido errores grandes al permitir que muchos accedan al sacramento del matrimonio sólo por lo social, que otros se ordenaran sacerdotes o hicieran una profesión religiosa sabiendo que estaban inhabilitados para ello. Por eso, necesitamos este domingo y estas palabras del cielo. Porque recuperar la razón, la fe, es una urgencia profética hoy. Volver a gritar: “Señor, ¿a donde vamos a ir?, sólo tú tienes palabras de vida eterna”, es reconocerle y dejar de rompernos interiormente. No te vayas de Jesús, de su esposa la Iglesia, no te vayas aunque veas cosas que no son sino pecado. Quédate en el altar, comulga, recupera tu matrimonio a La Luz consciente de donde te casaste. Deja que todo vuelva a ser una experiencia de Presencia del Dios que no te dejará jamas. Y, tengamos presente al Papa Francisco en su visita a Irlanda, donde se celebra el Encuentro mundial de las familias. Son días duros para el pontífice, acompañémosle con nuestra oración. Pidamos por las familias allá reunidas, que sean abrazadas por nuestro bautismo. FELIZ DOMINGO.
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