¿QUIÉN ES Y QUÉ ES UN MONJE?
- comunidad monástica
- 21 dic 2018
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Escriben jóvenes que nos dicen que tienen inquietud vocacional. Sí, es cierto que la “inquietud” no es sinónimo en sí de una verdadera llamada. “Son muchos los llamados, pero pocos los elegidos”, llegará a decir el Señor, pero parece que muchos de éstos jóvenes no quieren entender que el que convoca e invita a seguirle como cristiano consagrado por la Profesión Monástica es únicamente el Señor. La vocación no es una decisión del que dice tener vocación, sino un don, una llamada que exige todo por quién es el Todo. Al fin y al cabo ¿qué es el todo nuestro? respondo: nada, en el fondo nada tenemos, nada nos puede llenar, nada nos dará La Paz, sino sólo el TODO divino que nos ha llamado a la Cruz. Jesús no puede llamar a otro lugar, sino al Calvario de su entrega redentora. Quizá sea este el motivo por el que aquellos inquietos, son como el rico del evangelio que al escuchar cómo Jesús le decía que lo vendiera todo y se lo diera a los pobres, se marchó triste. Y, no nos mintamos, hay demasiados ya en la Iglesia que viven tristemente su vocación, como un “karma” o una inmensa decepción. Por eso, a la hora de la vocación si ésta depende de lo que debes renunciar o no, hay que plantearse la seriamente.
Muchas comunidades y Órdenes religiosas ofrecen a sus candidatos muchas cosas materiales para convencerles de que se queden. Se les habla de iPad, de Internet, de viajes, de conocer, de estudios en las mejores universidades y de estudiar luego lo que ellos deseen. Tienen plena libertad a los medios de comunicación y a la utilización de los mismos. Vocaciones hay, sí, ¿pero a qué precio? Uno no vive de lo que tiene y posee, sino de lo que los años vocaciones y fieles le ha ido formando en su interior. Muchas vocaciones que no lo son, en el fondo, buscan animarse a sí mismas apoyadas en sus títulos universitarios, miramos en los candidatos sus notas más que su vida espiritual. Primer fallo. Si un candidato dedica más tiempo a estudiar que a meditar y orar ya habrá mañana un fallo inmenso y una carencia que explotará. El Sagrario, el silencio, la Palabra, la vida sacramental son las posibilidades de un vocación firme que conoce su camino verdadero y el por qué de su opción. Pero, si esto pasada a un segundo plano, tendremos a un conocedor de historia, teología, filosofía (que se necesita obviamente) pero no a un hombre De Dios. Nos llenamos la boca de conocimiento, pero no de experiencia profunda. Y, eso es el monje: un hombre de experiencia. es un bautizado, sabe que ahí comenzó toda su carrera del Reino. Por eso, sabe que al entrar en el monasterio, todas sus premisas, pensamientos, libertades, decisiones quedarán bajo la mirada amorosa de la autoridad que sirve, que unifica y da estabilidad. de ahí que se diga que el monje es un hombre de estabilidad. Ha entrado al monasterio no para regocijarse de lo que es, sino para cambiar de costumbres. El cambio del hombre viejo al nuevo. Quizá, como San Pablo, es el momento del candidato a sentir que “todo lo estimo basura con tal de conocer a Jesucristo y, a éste crucificado”. Se adentra el candidato para dejar ese hombre hostil a la santidad, para creer al camino de una conversión al amor, al perdón, se va a reconocer en el silencio de sí mismo hasta hacer que la gracia habite en él. Tarea, por otra parte complicada, pero que se sabe es un trabajo que durará todos los años de su vida entregada y, ante los cuales, antes que desanimarse, querrá llegar hasta la meta. Una meta que es el cielo de su Dios, de su Cristo. Sólo un monje de Espíritu podrá saborear la miel de la Palabra encarnada si se mantiene bajo su acción misteriosa. Un monje es un hombre cristiano, no hay más que decir, que busca que su fe sea Iglesia, que su camino sea en Cristo, que sus días sean cantos de misericordia por la humanidad. No, no es el monje una vocación coaccionada por las cosas materiales, sino la vida trabajada a golpe de cruz santificadora y llena de paz. De ahí que el monje es un feliz cristiano que ha encontrado la perla escondida y va a venderlo todo por ese tesoro; es un esperanzado de los tiempos finales porque anhela y espera a Dios con alegría. Vendrá Dios y nos salvará. El hermano de Jesús Redentor es un pobre, pero no por ello un infeliz. Nuestra comunidad necesita hombres que antepongan todo por Cristo, como dice San Benito. no necesitamos hombres tristes, que siempre añoren lo que dejaron, porque eso sí son quimeras, fantasmas perseguidores. Hombre de voluntad firme y fe ardiente que saben que lo que viven agrada a Dios porque se aman bajo la voluntad del Señor. Forman comunidades que se miran, que ríen y cantan juntos, que no se cansan de verse cada día porque entienden que los hermanos son un don De Dios mismo a mi pobre vida. Hermanos que quieran ser adoradores y reparadores de brechas, de heridas en los hombres. Que sean Monjes de paz y de esperanza, como la sal y la luz del mundo. Por eso, si quieres venir al monasterio ven sin nada para llenarte del Todo que es Jesucristo. Si Dios te llama, no echarás en falta nada, habrá nostalgias, recuerdos, pero al mirarle a Él, todo se difuminará en viento porque te sabes amado y llamado. Ya no serás un “inquieto vocacional”, sino un solitario pacificado por la gracia. Y serás bienvenido. Nuestra pequeña Congregación necesita de hombres que vengan a quedarse y morir por este carisma y no de visitadores. Tomemos en serio nuestra vocación. A María, la Madre del Redentor, le suplico que elija en su Hijo a los que quiera para esta vocación de Jesús Redentor.
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