PENTECOSTÉS: HIDRATADOS POR EL ESPÍRITU PARA LA MISIÓN
- comunidad monástica
- 8 jun 2019
- 8 Min. de lectura

Lecturas del Domingo de Pentecostés 2019
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11):
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua». Palabra de Dios
Salmo
Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra
Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas. R/.
Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu espíritu, y los creas, y repueblas la faz de la tierra. R/.
Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras; que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13): Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Palabra de Dios
Secuencia
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequia, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Palabra del Señor.
COMENTARIO A LAS LECTURAS DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS 2019
Sólo el Espíritu puede llegar a dar a la Iglesia la voz, una voz que esté llena de verdades configuradas en una fe valiente y clarificada sobre los principios teológicos y sanos. Lo que se define como “sana Doctrina”.
La Iglesia de la Ascensión, decíamos el domingo pasado, era una comunidad de responsabilidades en sus miembros. Hoy día, este siglo en el que estamos moviéndonos ¿es una Iglesia de responsabilidad? Porque el Espíritu de Dios, el Santo Espíritu exige para sus acciones una libertad responsable. De ahí que podamos ver a la Iglesia del Espíritu Santo como la responsabilidad de la fe en la verdad. Tener un corazón abierto al Espíritu es permanecer en las palabras del Señor y en las acciones del Señor que se manifiesta por su comunidad.
Quienes nos escuchan han de entender lo que decimos o mejor, proclamamos. Aquí no es que cada uno piense y diga lo que a él le parece; si hablamos de una Iglesia en unidad, su pensamiento y expresión será la teología de la claridad que permite a los cristianos crecer en fe y ser los testigos de la esperanza. Una “sana Doctrina” es una obediencia al Espíritu, no se permite opinar, no se deja expresar mentiras, se mantiene en la perfección de la experiencia divina, bajo la acción reveladora del Espíritu. Una Iglesia que se aleja de las multiplicidades de lo que hoy muchas se llaman “iglesias” y no son sino grupos sectarios. En la Iglesia Católica, el Espíritu basta y es el Señor que dirige la barca de Pedro confirmado en la fe.
Y, muchos pueden hablar en lenguas, en extrañas palabras, pero eso no significa que sean ungidos por el Espíritu. Muchas veces, no son sino charlatanes (como el famoso Cash Luna) que se creen y aparentan lo que no tienen. Ser cristiano e Hijo del Espíritu no significa hablar de Dios, hacer milagros, mover a mucha gente, como si fuéramos artistas de Hollywood, no. Todo es más sencillo: amar como somos amados por el espíritu y crear, como somos creados por el Espíritu, la vida en torno a nosotros. Los cristianos debemos dar vida en su nombre acompañando la historia, no más. No te preocupes si no recibes dones de esos extravagantes o “raros”, no te hacen falta, el Bautismo, la unción que recibimos aquél día nos es suficiente don para mover montañas. Tú, sé sencillo y no envidies a nadie, habla cuando debas de hablar de Dios y calla, cuando debas callar. Dios es Palabra, pero también silencio. Y, aunque el estruendo en pentecostés fue terrible que se oía en toda la ciudad, porque así debía ser, ahora, el Espíritu busca corazones amantes, vidas donde puede poner su sabiduría sin ser manchada por las histerias e idiomas de inventores. Tú habla con el amor, que verás cómo te entienden.
El lenguaje del amor tiene nombre y razón: El Espíritu Santo. Hablar de amor es hablar del Dios que experimentamos en nosotros como la razón de vivir, de existir. La Iglesia necesita recuperar el lenguaje sano del amor como experiencia del Espíritu. Porque el mundo de hoy, que tanto sufre por el desamor, necesita que alguien sostenga y anime esa vuelta a la vida con sentido, con realidad y corazón. Cuando nuestro corazón cristiano está abierto a la gracia del Espíritu, entonces reconoce a Jesús como “el Señor” y esto, es lo que garantiza que su fe no es equívoca, ya que ésta dará dones, carismas.
Los cristianos hemos nacido para esa gracia de lo carismático. A lo largo de la historia de la Comunidad creyente, el Járis, (la gracia, el don) es una fuerza misteriosa que sostiene lo que crea y llama; por medio de él, la belleza de la Iglesia es un canto al Creador y Señor y rompe las barreras de los pueblos. Ha sido el carisma el que ha impulsado a fundadores, a siervos y siervas de Dios a escuchar y actuar en nombre de la Iglesia en los pueblos, naciones, culturas con el fin, no de destruir, sino de rescatar, hacer salir a la luz las gracias del Señor con esa humanidad.
El Espíritu nos une y eso proporciona la unidad en el amor, el Cuerpo místico de Cristo. Somos así: un cuerpo carismático. ¿Puede existir envidia, rencor, traición en el Cuerpo de los que son uno? Haber olvidado la fraternidad, el que somos uno en Él, nos está llevando a la ruina, a destrozar todo cuanto miramos, tocamos y envenenamos con nuestras desconfianzas. Si bebemos del Espíritu, entonces, nos hidratamos en comunión con el amor. No te olvides pues, de que eres razón de ser del Cuerpo de Cristo.
Pero, parece que tenemos miedo a este Cuerpo, a este estar bajo la acción del Espíritu. La imagen de la puerta cerrada por miedo, dice, “a los judíos” no deja de ser una imagen del temor que sienten porque Él venga, el Espíritu de santidad. Y, antes de ese día preparado de Pentecostés, el Señor entra, se pone en medio de ellos y les da el nombre del dador de la vida: “Paz”. La paz solo llegará por el Espíritu, pues éste será el que nos permita llamar a Dios “Abbá”. Y, al tiempo les muestra las manos y el costado, porque ser ungido, en el caso de Jesús, ser el Ungido, es mostrar la pasión de su misión y el producto de esa locura de amor: las heridas de amor, el costado abierto como tienda de encuentro para que los hombres sean sanados por los sacramentos. Quienes desean tener conciencia de unción del Espíritu han de estar señalados por el amor herido, sus manos han de estar abiertas y su costado preparado para acoger. La alegría es el don tras la paz de Jesús. No puede ser de otra manera, los creyentes somos alegres discípulos, no tememos la experiencia del dolor en sí, sino el no ser fiel en el dolor al sí de amor.
Por eso, llega el Espíritu en paz y alegría: “Recibid el Espíritu Santo”. Y es en la Resurrección del Señor cuando la Doctrina cristiana se hace más verdad al hablar de lo que nadie ha podido dar: el “perdón de los pecados”. A la Iglesia, cuyo lenguaje hemos dicho es el del amor, se le concede la gracia de perdonar los pecados.
Pero, digamos que estamos en medio de una sociedad donde ya nada es pecado ni se considera trasgresión de los límites. El mundo de hoy no está necesitado de mentiras, sino de verdades. Aborto, eutanasia, ideología de género, divorcio porque sí, etc…no son verdades sino sogas al cuello de los que jamás verán la luz.
Los cristianos hemos cometido muchos errores de estos, pensar que el aborto no es un mal, ni un asesinato, a la eutanasia se la define como “muerte digna” y, a la ideología de género como un espacio de libertad para quien no está a gusto. Dios nos ha sacado de la ignorancia cuando hemos pensado así.
Porque el Espíritu no puede estar contra el hombre, contra la realidad vital de respirar. Sería una incoherencia ser cristiano y, a la vez asesino de la vida.
El Espíritu no engaña y la Iglesia debe hablar con verdad. Todos los fallos habidos en la comunidad cristiana en sus miembros de la cúpula o de la no cúpula, son el signo de haber dejado de creer en el Espíritu de la verdad. No creáis que los oculto, no, pero “¡ay de aquellos que escandalicen a uno de estos pequeños…más le valdría que le ataran una rueda de molino y lo arrojaran al mar!” El Espíritu jamás escandaliza, que nosotros, como Iglesia no nos escandalicemos de Él. ¡Ven Espíritu y renueva nuestros corazones!
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