NO NIEGUES AL QUE HABITA EN TÍ
- comunidad monástica
- 12 oct 2019
- 6 Min. de lectura

LITURGIA DEL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
13 DE OCTUBRE DE 2019
Primera lectura
Lectura del segundo libro de los Reyes (5,14-17):
En aquellos días, el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Eliseo, el hombre de Dios, Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio de su lepra.
Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo».
Pero Eliseo respondió:
«Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada».
Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó.
Naamán dijo entonces:
«Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor». Palabra de Dios.
Salmo
Sal 97,1.2-3ab.3cd-4
R/. El Señor revela a las naciones su salvación.
V/. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.
V/. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.
V/. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.
Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2,8-13):
Querido hermano:
Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito:
Pues si morimos con él, también viviremos con él;
si perseveramos, también reinaremos con él;
si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel,
porque no puede negarse a sí mismo.
Palabra de Dios
Evangelio
Evangelio según san Lucas (17,11-19),
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Palabra del Señor.
COMENTARIO A LAS LECTURAS DEL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Conocer es amar, sin duda alguna. El que conoce ama o mejor se adentra en el misterio grande del que Ama, Dios. Es imposible deshacerse de esta realidad; Dios-Amor. Sólo el amor de Dios puede ser conocido, amado y seguido por aquél que ha sido creado. Hay en nosotros, una chispa siempre viva del Creador, que aunque nos alejemos, ella siempre estimula un anhelo del alma, una necesidad interior de traspasar los límites propios para ir allí donde me siento criado, amado.
Acordémonos de Naamán, el cual, antes de bajar al río, se habría opuesto a la petición del profeta, herido por su amor propio y porque pensaba que este tal profeta haría algún rito, movería alguna montaña, surgirían truenos y relámpagos que mostraran su poder y la valía de su profetismo. Pero aquello que le había pedido, ¿no era demasiado pobre para que se produjera tal milagro? Ante esta situación el sirio, bajo, obedece a quien le dice: ¡hágalo, no le cuesta nada!..., es fiarse de lo simple, meterse en una fe sencilla. Necesitamos de estas voces y de éstas órdenes que nos llevan a confiar en lo humilde de las acciones. Y, lo hace, “siete veces” se baña en el Jordán. La imagen es, que su piel aparece como la de un niño. ¡Cuántos milagros se han dejado de hacer en nosotros por no obedecer cosas sencillas! Nos quedamos sin el tesoro de la sanación ni la conversión al Dios que actuó sin hacer ruido en nosotros.
Curado, vuelve a Eliseo, “el profeta de Dios” y confiesa que a partir de ahora el Dios de Eliseo, será el Dios de Naamán. Pienso y medito el por qué a nosotros nos cuesta como cristianos ser de los que se fían de esas “siete veces eclesiales”, salidas del Costado del Señor, signos de un amor sacramental que aparecen en los momentos humanos con el fin de rescatar en nosotros lo puro, limpiar nuestra piel de las manchas terribles del pecado que ofende a Dios cuando nuestro corazón se divide entre varios señores. Naamán ha salido del Jordán, quizá estupefacto (a mi me pasaría), pero al verse no podría dejar de pensar que el Dios de Eliseo, era un Dios bondadoso al preocuparse de las heridas y sanarlas con simples acciones de amor. Creer y ser. Soy lo que creo que habita en mí, amo, lo que me hace sentirme amado, que no es fuerzas, ni extrañas sensaciones, sino el hecho mismo de la Encarnación del Hijo de Dios, “que me amó y murió por mí”. ¿No será que el Jordán de Eliseo, de Naamán es para nosotros los cristianos el corazón de Cristo? Porque en Cristo nazco, cada día por el Sacramento al amor de ser sanado.
Si Naamán salió del Jordán limpio y hemos dicho que el corazón del Señor podría ser nuestro Jordán de donde salir renovados, entonces la mirada se debe detener en Jesucristo, primer resucitado de entre los muertos. Esta es la realidad más grande de nuestra fe, el centro de toda nuestra celebración: la vida en Cristo es la vida eterna. Llevar, como san Pablo, “cadenas” por el Evangelio es el compromiso de la conversión a seguir al Maestro.
Nuestra fe se centra en este kerigma que nace de la experiencia de una comunidad que, si en un primer momento se escondió ante los hechos, ahora es la comunidad que se deja ver ante los acontecimientos cargada de esperanza y acciones redentoras y presenciales del Dios que nos ha salvado en Jesús. Toda palabra que sale de la boca de Jesús es “digna de crédito”, ¿por qué entonces duda de ella? ¿Realmente necesitamos otras palabras de otros maestros? Nuestra fe no es un camino filosófico ni filantrópico carente de espíritu que eleva. Nuestra fe es concreta, real, porque ella se acerca al hombre no como “objeto de…”, sino como lugar donde reside el hombre que muere. Ante la muerte, la esperanza, ante los momentos críticos, la confianza en la Palabra que ha resucitado. No te niegues ni niegues al que te habita, porque es tu salud, quien te quita la lepra del orgullo, de la pasión. Y, tu salud, que habita en ti, ha resucitado. Si le niegas, rompes la unidad del amor que te construye, siendo tú el causante de esa ruptura del Corazón único de Dios.
Si el domingo pasado los discípulos le pidieron al Señor que les aumentara la fe, hoy, tenemos un pasaje donde los diez leprosos, en igual de condiciones se acercan al Maestro y aunque de lejos, le pide que los cure. Además, utilizan una plegaria infalible que es la oración del corazón: “Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador”. Sí, infalible, Jesús es el Dios del Corazón y cuando se le habla así, directamente, sin esconder nuestras enfermedades, con la simple confianza de que él actuará, entonces, Dios, ilumina el interior, abre las compuertas de su Hijo Jesús, Jordán de raudales donde el que es tocado, es curado.
Y el Maestro a confiado a la Iglesia, su Esposa, esta tarea hermosísima de sanar, de adentrar a los hijos de Dios en las aguas de su Costado. La Iglesia en obediencia cree a su Esposo y actúa como él le pide. Por eso, los sacramentos son las aguas, los momentos de misericordia donde el Señor se deja ver, actúa y hace nacer de nuevo. Es el mismo Jesús quien les envía al sacerdote para que sean sanados, Jesús vuelve a donarse en los sacerdotes, ministros de su altar, para que ellos, en y con la autoridad del cielo, hagan lo que tienen que hacer para rescatar al hombre.
Van, pero ya iban curados, por tanto, la llegada ante el sacerdote era la constancia y la garantía del hecho que había ocurrido. Sólo el sacerdote podía dar fe de ello y mostrar estos testimonios de la acción divina.
Y sólo, sólo uno, vuelve a Jesús, se postra, le mira, se miran…que escena, tan impresionante, un cuerpo, templo del Dios que mira sanado y un Hombre que mirando ha mostrado la misericordia del cielo para el agradecido samaritano. La fe salva, como hizo con Naamán, como hizo con este samaritano. Sólo queda creer amando. Cree en Dios, en Dios-Jesús, porque él mismo te mostrará el rostro del Padre y te dará la luz del Espíritu sanador.
FELIZ DOMINGO.
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