LAS BODAS DE CANÁ
- comunidad monástica
- 19 ene 2019
- 7 Min. de lectura

Domingo, 20 de enero de 2019
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (62,1-5):
Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo. Palabra de Dios.
Salmo
Sal 95,1-2a.2b-3.7-8a.9-10a.c
R/. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.
V/. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R/.
V/. Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.
V/. Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor. R/.
V/. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey:
él gobierna a los pueblos rectamente». R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,4-11):
Hermanos:
Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le ha concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Palabra de Dios
Evangelio del domingo
Lectura del santo evangelio según san Juan (2,1-11):
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Palabra de Dios.
COMENTARIOS A LAS LECTURAS
DEL DOMINGO 20 DE ENERO DE 2019
Realmente el corazón agradecido no puede dejar de hablar de lo que ocurre en él. Sí, porque es el corazón el lugar de la gratitud, donde se descubre precisamente ese “hacer” de Dios infinito. Isaías nos lleva a la restitución de la vida humana, a que ella comience a ser consigo misma verdad ante los acontecimientos y caminos de la misma vida. Los pueblos, deben de ver en nuestra vida “la gloria de Dios”, es decir, su actuación misericordiosa; las personas que nos rodean, las que aparecen en nuestro camino, las que sin querer nos encontramos, son posibilidades de evangelización y de un crecimiento humano grandioso. Agradecer a Dios es recuperar el nombre que la boca de Dios ha pronunciado por amor, es saberme dentro de una vida eterna que se construye en el ahora de lo finito con la posibilidad del infinito. Construyo con el día a día, el proyecto de Dios en mí. ¿Abandonado?, ¿abandonada?, ¿devastado?, ¿devastada? No, no seamos injustos, la fe nos hace sabernos acompañados y protegidos por el amor del eterno Creador.
Cuando un cristiano se atreve a decir que Dios lo ha abandonado o que el Señor no le escucha es un mentiroso, además de un superficial cuya experiencia de fe no pasa de ser un momento sin más de sentimentalismos baratos. La fe nos compromete con toda nuestra existencia a realizar un camino vital de misterio y comunión. Dios no abandona, jamás. Rotundamente jamás. Somos nosotros y nuestras falsas percepciones las que nos llevan a creer que Dios es un “monigote”, un payaso que juega con nosotros y nuestros sentidos. No. Dios más bien huye de ese juego nuestros de querer meterle entre los múltiples ídolos que tenemos en nosotros. Dios, en Jesús, se ha hecho Esposo, un verdadero amante de luz. Nosotros seguimos queriendo la infidelidad de la relación con Dios, porque creemos que así como somos infieles a la vida, podemos serlo con nuestra fe. No. De nuevo, no. Te invito a recuperar tu experiencia de infinitud, de ser carne llena de la Carne del Hijo de Dios que te desposa, te construye, te realiza.
Dios es el mismo, “ayer, hoy y siempre”, por eso, aunque haya diversidad de carismas, o de ministerios o de actuaciones en nuestra historia personal y comunitaria, todo es la acción del único y mismo Señor. Dios actúa en todos con su libertad. No carecemos de nada, no ha habido injusticia por parte de Dios al darnos o al no darnos. Toda su perfección está en nosotros. Por eso, “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común”. ¿Entenderemos de una vez por todas, esta afirmación de Pablo? Porque parece que en nuestras comunidades familiares, parroquiales, comunitarias, religiosas, los celos están minando nuestras relaciones.
Vemos con estupor cómo en ellas, pareciera que pesa más ese dolor y la envidia al mirarnos entre nosotros y vernos como enemigos. Todo el tiempo nos confrontamos con los demás con la intención de reafirmarnos a nosotros mismos, pero con una realidad dolorosa al no ser humildes. Precisamente nos vemos, pero no nos miramos, nos encontramos, pero no estamos en comunión, parece que el “otro” es siempre el culpable de mis desgracias y carencias. Cuánta falta nos haría entrar en la verdad del Espíritu que me ha concedido lo que mis hermanos necesitan. Todo lo que en mí hay es para la gloria de Dios en mis hermanos, todo lo que en mis hermanos existe es para que Dios en mí sea glorificado. Sin embargo separamos estas realidades. Dios me ha querido dar lo que a Él le ha parecido mejor para salvarme. No hay equivocación en mí de Dios.
Me encanta ver a hermanos que sanan, a otros que cantan a otros que son inteligentes para el amor servicial, me emociona y eleva mi espíritu cuando veo hermanos que con fe actúan amando y sirviendo. ¿Envidia? No, ¡alegría!, porque mi creación es esponsal, mis días tienen Dueño y Señor, mis caminos están cubiertos por la caridad de los dones de los hermanos. Bendigo al Espíritu de Dios que descendió a esta Iglesia para santificarla en sus miembros.
Y, este gozo me introduce en un lugar digno de los amigos del Esposo, del Señor Jesús: las bodas.
Sí, hay bodas de todo tipo, estamos en una sociedad donde todo se inventa para hacer más agradable ese momento y deleitar a los invitados. Bodas de lujo, bodas sencillas, excéntricas, sin sentido, bodas donde el misterio ni roza y, otras, donde Dios se vuelca de tal forma que todos quedan rodeados por la luz del Altísimo. Porque donde a Dios se le deja entrar, Él actúa y no deja indiferente.
La Iglesia no se inventa esta boda con el Cordero que es la Eucaristía. Todo lo contrario, la Iglesia, como esposa de Él, se deja meter en la cámara nupcial, donde la intimidad nos abre el misterio de los cuerpos y de las almas. Allí, en el lecho conyugal místico, el alma y Dios entran en el juego pasional de la Cruz, de la Cena Santa, de los milagros de curación y los signos joánicos que nos llevan a entender esa verdad profunda: soy esposo, esposa, amigo, hermano, hijo, madre, padre, en fin, soy “todo para todos” porque quiero ganar a muchos para Cristo.
Las bodas de Caná son ese antes y ese después del Señor. Son el signo de la abundancia del que se deja guiar hacia nuevas experiencias del corazón. En una boda, el agradecimiento surge sin tensión, es una necesidad. El corazón está alegre, se comparte, se habla, hay acercamientos. El Señor, rompe su silencio por la voz de la Esposa (de María, que ahora nos muestra su ser esencial y profundo de ser la Iglesia) y ante su súplica, Jesús, el Esposo, anuncia y actúa, significa su vida en el vino y en la alegría que esto supone para los que creen en la experiencia con el Señor.
Somos una Iglesia que ha dejado de beber ese vino nuevo, alegre, bueno, excelente. Parece que no hay conciencia en nosotros de este actuar de Dios y, asociamos a Jesús, al Hijo de Dios como un intruso de nuestra vida porque parece que no aguantamos su alegría, su gozo de compartir. Nos resulta extraño que este Dios se ofrezca de tal forma y haga signos de esta envergadura. Porque nosotros, somos tacaños, todo lo hacemos medido, todo es a base de racanear nuestra vida. Así nos va.
Necesitamos volver a ser una Iglesia de bodas, una comunidad sentada en la mesa del Altar, de la celebración comunitaria del encuentro. Una Iglesia donde cantar, alabar, bendecir sea la experiencia del reconocer de Dios en nosotros.
Nos quejamos, pero es injusto. Porque este Dios nuestro ya nos ha mostrado de forma contundente cómo hace su obra en nosotros. Reconocer la fuerza de la boda eucarística es recuperar en conversión la vida del tiempo futuro, del Reino.
Por eso, deja de quejarte y vuelve a esta mesa de santidad, de fraternidad. Conviértete en aquello que comulgas, y santifícate con tus hermanos en la mesa de la Palabra y de los dones. Deja que el mejor de los vinos: Cristo, llegue a tu interior, embriagándote de las fuentes de la salvación.
FELIZ DOMINGO, FELIZ BODA, FELÍZ COMIDA DE SANTIDAD.
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