LA SEÑAL DE CRISTO: EL AMOR. DISCÍPULOS EN LA UNIDAD.
- comunidad monástica
- 18 may 2019
- 6 Min. de lectura

LECTURAS DEL DOMINGO V DE PASCUA 2019
(19 DE MAYO 2019)
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,21b-27):
En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Palabra de Dios.
Salmo
Sal 144,8-9.10-11.12-13ab
R/. Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.
El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. R/.
Segunda lectura
Lectura del libro del Apocalipsis (21,1-5a):
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.» Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Todo lo hago nuevo.» Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (13,31-33a.34-35):
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.» Palabra de Señor.
COMENTARIO A LAS LECTURAS DEL DOMINGO V DE PASCUA 2019
Siempre que nos acercamos a los cristianos nos acercamos a la experiencia de la alegría y, a la vez del fracaso. Parece que hablar de Cristo, es adentrarnos en el dolor, en la persecución, en el sufrir. Como en una contradicción: “El Evangelio es alegría”, proclamamos, pero las experiencias cristianas con frecuencia son dolorosas: animamos en la enfermedad, ante las dificultades y obstáculos cantamos, mostramos una fe fuerte ante la muerte, no nos callamos ante el ir contracorriente de la sociedad. Cuando hay personas en momentos malos los acompañamos y decimos que Dios está con ellos.
Y esto, porque hoy Pablo y Bernabé exhortan a la perseverancia, ya que “hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”. La vida eterna se consigue, al menos pareciera, sufriendo, sin posibilidad de descanso, o algunos nos los hacen ver así y desprecian, porque nos llaman embaucadores, “anestésias” de pobres, manipuladores de sueños y existencias. Pero, ¿no es al contrario? ¿No somos nosotros los creyentes los que levantamos el ánimo, devolvemos esperanzas, luchamos por la justicia y gritamos al hombre que no se deje llevar por los aires de una falsa libertad? ¿“Opio del pueblo”? Todo lo contrario: antídoto contra la manipulación de la vida y apertura de caminos de esperanza.
Pero no defendemos el dolor, sino que nos enfrentamos a él con la esperanza del Resucitado. No somos los sádicos o los sadomasoquistas que buscan producir dolor o recibirlo como una forma de purificación. No, somos los esperanzados que saben que la vida no es “tan de rosa”, como algunos pretenden hacerla ver, sin Dios en la vida humana, que no es tan feliz, como algunos proponen siendo infieles, bebiendo del pecado, hundiéndose en la falsedad de los días sin hacer de su vida un canto de luz.
Los cristianos debemos ser los hombres y mujeres del camino, donde al recorrer la vida con los ojos abiertos, saben que hay pros y contras, noches y días que hay que enfrentar. Me digo a mí mismo: Si la vida hay que pasarla en la lucha, ¿por qué no hacerlo con fe? Porque vivir sin fe es morirse sin morir, estar siempre en una agónica lucha entre el sí y el no, siendo condenados a vivir sin cuerpo, sin espíritu…Que los demás vean en nosotros un pueblo de predicación gozosa y esperanzada, humanizante por su expresión de fidelidad.
Una ciudad dentro, no fuera, un espíritu que construye dentro, no en la diáspora del tiempo, una luz inmensa de fe creyente que sobrepasa mis límites, mis locuras, mis espacios y tiempos, es, sin lugar a duda, mi “ser iglesia”. Eso soy, eso estoy llamado a defender de mí. Ser una “esposa engalada”, una “morada de Dios con los hombres”. ¿No necesita el mundo de hoy un espacio de Espíritu? Pues la Iglesia, donde he sido bautizado, donde he aprendido, incluso a trompicones mi fe, es la Morada de Dios, el lugar de su presencia. Con la Iglesia, el hombre gana el espacio inmenso del cielo. NO quiero ser malinterpretado, no quiero ser absolutista, ni dictador, ni arrogante, ni ultraortodoxo, quiero ser cristiano que ama en la Iglesia, que no desprecia a los demás, pero que defiende por amor su comunidad e invita a ella porque no hay trampa. Puedes decirme: “en otras Iglesias…” y siento decirte que hablar de Iglesias es peligroso. No hay “Iglesias” hay una IGLESIA que está formada por las Iglesias particulares (las Diócesis) que beben de su Esposo Cristo. No desechamos a nuestros hermanos ortodoxos, ni a los de ritos orientales, no dejamos de mirar a los Anglicanos o Luteranos, cuya verdad, aunque no es plena, es una verdad que busca de alguna forma la fidelidad. Nuestra Iglesia Católica es la Madre, la Maestra, el centro de toda fe porque en ella, la verdad es plenificante. No porque lo hayan hecho o dicho los hombres, sino porque la voluntad de Dios Trino ha sido que en ella quede el Depósito de la fe y, por tanto, la Tradición.
“Todo lo hago nuevo” es la plenitud de que sólo en esta Iglesia de Cristo se ofrece la garantía de la paz. La Iglesia debe consolar, proteger, animar a quienes están en malos momentos. Este signo de misericordia es el signo de los que ofrecen los sacramentos en la plenitud del Corazón de Cristo.
“Que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros.” ¿No es grande y preciosa esta máxima del corazón de Jesús? Yo quiero amar, quiero perdonar, deseo arriesgarme a ser de Cristo, aunque deba sufrir en ello. Quiero oponerme a la venganza, deseo perder en el campo de batalla del mundo antes que perder la visión de los beatos, de los felices en el cielo. Amar, si, porque yo, pecador, soy amado. Perdonar sí, porque yo soberbio, soy perdonado. ¿Por qué no amar a los que no me aman? ¿Qué me detiene a ser diferente a los que se dedican a lo sádico, como antes decíamos? Nada, ni nadie me detiene, soy el que elige vivir mi vida con vida. Si me llamo cristiano es porque “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. Pues eso quiero ser: una señal, un faro en medio de la oscuridad, un gozo para los tristes y unas lágrimas esperanzadas para los que esperan un día nuevo.
Hablar de la Iglesia católica como centro de fe universal y de salvación universal no es imposición o la persecución de quienes estén contra nosotros. Hablar de apostolicidad y predicación, de sufrimiento y cruz, ni mucho menos nos lleva al desánimo y al miedo. No evangelizamos con miedo ni impulsamos al temor. Aunque algunos en la comunidad se hayan dispuesto como promotores de un mensaje de terror donde las señales llegan y aplastan. No necesitamos agoreros, ni pseudo-cristianos que amenazan constantemente con la ira de Dios, sino cristianos débiles en sí, pero fuertes en el Espíritu que defienden con su vida el mandamiento más grande y poderoso, más constructor y excelso del amor entre los hermanos.
Mirad, estoy tan cansado de los cristianos que dicen amar a Dios y no aman a los hermanos, cristianos de comunión que albergan odio en su corazón, cristianos de esos parroquiales que miran con odio, olvidan los rostros de sus hermanos, no se comprometen con los demás. Sí, cansado de tanta comunión eucarística por soberbios y arrogantes que comen y beben el Cuerpo de Cristo y su Sangre y están llenos de venganza. Cristianos que no comparten ni perdonan, cristianos que engañan a sus familias, cristianos bien vestidos, pero cuya tumba son huesos y podredumbre.
Despertar de todo esto, apegarnos a las palabras de la evangelización real, ser una comunidad vestida de blanco que veíamos el domingo pasado o como “la novia del Señor”, Iglesia santificada en sus miembros por una conversión total. “Amar, de eso se trata, amar locamente, como he sido amado por el Redentor del mundo.
FELIZ DOMINGO HERMANOS.
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