LA ESCUCHA Y LA ACOGIDA
- comunidad monástica
- 21 jul 2019
- 8 Min. de lectura

LITURGIA DE LA PALABRA DEL DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO
(21 DE JULIO 2019)
Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (18,1-10a):
En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, en lo más caluroso del día. Alzó la vista y vio tres hombres frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda, se postró en tierra y dijo:
«Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un bocado de pan para que recobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a la casa de vuestro siervo».
Contestaron:
«Bien, haz lo que dices».
Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:
«Aprisa, prepara tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz unas tortas».
Abrahán corrió enseguida a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase de inmediato. Tomó también cuajada, leche y el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba bajo el árbol, ellos comían.
Después le dijeron:
«Dónde está Sara, tu mujer?».
Contestó:
«Aquí, en la tienda».
Y uno añadió:
«Cuando yo vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre Sara habrá tenido un hijo».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal 14,2-3ab.3cd-4ab.5
R/. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
V/. El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.
V/. El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.
V/. El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,24-28):
Hermanos:
Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado servidor, conforme al encargo que me ha sido encomendado en orden a vosotros: llevar a plenitud la palabra de Dios, el misterio escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos, a quienes Dios ha querido dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos perfectos en Cristo. Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42):
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada». Palabra del Señor.
COMENTARIO A LAS LECTURAS DEL DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO
(21 DE JULIO 2019)
Abrahán, nuestro padre en la fe no se reserva, nada más ver a estos personajes llegar en ese momento del día caluroso, sale con el alma ardiendo de una hospitalidad divina. Desde lejos ve llegar a este personaje y, ya esa presencia le llena a él de cielo, de misterio, de servicio. Invitación, comodidad para los personajes misteriosos, comensabilidad para quienes son acogidos por un hombre agradecido a Dios.
Nos dice el texto que entró con rapidez y pidió a Sara que preparase comida, de lo mejor, todo lo más exquisito sobre la mesa para quienes están de visita. Y esto, perdonadme, me lleva a la comensalidad de la mesa eucarística, donde no hay nada que pueda superar el alimento que allí se nos prepara, Cristo. Y, si en la mesa de nuestro padre en la fe comen estos seres divinos, queriendo acercarse a la historia personal y compartir dolores, sufrimientos; también esperanzas y alegrías, es de tal envergadura este signo del amor del cielo, que no cabe duda de que la fe verdadera se fragua en la comunión del mismo Dios con su creación. Y que es Dios mismo el que se acerca, el que se pone en ese camino junto a los que le temen por amor y se sienta junto a ellos con el fin de embellecer la vida humana con más vida humana cuando traen siempre esa noticia del milagro de nacer. Y preguntan dónde está Sara, y este ángel le anuncia una oración que desde siempre estaba en el corazón de Abrahán, su gran petición: poder tener un hijo, que sea promesa y sacrificio. Le asegura que cuando regrese, habrá sucedido, Sara habrá dado a luz un varón.
Todas estas imágenes nos llevan al cristianismo de fe, de esperanza ante las adversidades, de una espera al tiempo en el que Dios, de forma autónoma hará que su voluntad contenga el plan de su salvación y se cumpla. La promesa del hijo es el signo de la escucha y de crecer en la fe. No olvidemos que más adelante Dios le pedirá a Abrahán que sacrifique a su hijo Isaac. Dios habla en los acontecimientos y éstos están bajo la autoridad amorosa del Padre eterno. Así, el Señor Jesús fragua toda su vida en la mesa de la Eucaristía, en ella, es él mismo quien será mesa y altar, siendo su sacrificio el cumplimiento de la voluntad de Dios ante la negativa del hombre a ser ofrenda de alabanza.
Abrahán ofrecerá a su hijo en obediencia a Dios y el Padre Dios, nos dará en Cristo ese Redentor único con el cual todo queda saldado. Es obediente el Padre a sus promesas, es el hijo amado fiel a su entrega.
Nosotros, somos visitados por ángeles y sin embargo no los vemos. Dios envía a sus consejeros a nosotros, pero somos miopes. Gritamos y gritamos “¿dónde estás, Dios?” y esos gritos mismos nos ahogan y prohíben a Dios hacer el plan de gozo en nosotros. Somos desagradecidos. Hay que volver al agradecimiento para estar preparados por si nos visitan los ángeles, aquellos que nos dirigen a la mesa santa del Jesús, Pan del cielo. ¡Qué mejor honra a Dios que aceptar la mesa preparada para nosotros!
Podríamos hacernos una pregunta con san Pablo o mejor con lo que él dice hoy: ¿puede nuestra carne terminar los padecimientos de Cristo? ¿No fue suficiente lo que nuestro Redentor sufrió? ¿Podremos añadir algo a su Cuerpo martirizado? Nuestros sufrimientos no son ni por asomo nada con lo que Él sufrió, pero sin embargo mientras haya hermanos nuestros crucificados, nosotros estamos en la responsabilidad de desclavarlos y curar sus heridas (como veíamos el domingo pasado), porque ese amor con el que servimos, alivia el dolor del Cristo Esposo de la Iglesia. Somos nosotros los que producimos dolor al Señor con nuestras acciones, nos encaprichamos con el dolor, con provocar dolor en los otros, nos manejamos por simpatías y no por la caridad y esto, hiere indudablemente al único cuerpo que tiene Cristo, que es además cuerpo-Iglesia.
Una Iglesia servidora y donde los servidores están encargados de llevar, dice san Pablo, “la plenitud de la palabra, el misterio escondido”. Somos custodios de la Tradición de la Iglesia, sin ella dejamos de ser cuerpo cristificado. La Iglesia tiene el mandato de hacer llegar a los hijos de Dios a plenitud, volviéndoles palabras vivas del evangelio. Esto es irrenunciable, no podemos claudicar ante otras voces que piden ablandar el evangelio para unirlo a nuestra vida de pecado, de caprichos, de sombras. Es el evangelio el que transforma las situaciones personales, no las cuestiones personales las que pueden cambiar el contenido de las Escrituras. La Palabra siempre estará de parte de la humanidad y sus sufrimientos. La Iglesia siempre anunciará al hombre la “buena noticia” como un bálsamo de luz. El evangelio, por tanto, no se tergiversa, no se le añade, no se le quita, porque eso sería amputar nuestra libertad, quedarnos ciegos, sordos, mudos, cojos. La riqueza de la que habla san Pablo es la gloria de Cristo. Rostro de misericordia para con nosotros. Por eso la Iglesia sólo anuncia a Cristo y con él, la Iglesia es madre y maestra espiritual y puede corregir, enseñar con el fin de devolver el rostro del Señor en la vida de sus hijos.
A veces, no sé qué es lo que buscamos en Jesús, pero parece que no es aquello que está en su corazón, escuchar a este corazón de Jesús es adentrarse en la obediencia del que se hace libre, del que se vuelve “ángel”, comensal para los demás, sufrimiento para acompañar, pero también esperanza para salvaguardar la vida divina del ser humano.
Marta lo recibe en su casa, y no se da cuenta de lo que acaba de hacer al recibir a Jesús en su casa, ha abierto las puertas de su hogar, para que salga el rancio olor del espacio cerrado y se ventile ese lugar con el aire del Espíritu. Jesús es el ungido de Dios, por tanto, trae el viento de lo nuevo sobre sí.
Ella, sin embargo, está afanada por las cosas de la casa. Mientras su hermana María está ahí, escuchando al amigo, al que llega y transforma con sus gestos, sus palabras ¡todo! Ella se siente como tierra ante el cultivador, espera a que plante la semilla, asumiendo ella la responsabilidad de hacerla crecer con esa misma agua que brota de los labios del Maestro. Porque entiende María, aquél: “sin mí no podéis hacer nada”. Me imagino a esa María ensimismada, como en otro planeta, y no es para menos, estar frente a Jesús, escucharlo…experiencia de profundo amor.
Y no es una injusticia en sí que una hermana esté encargada de las cosas de la casa y la otra haya tomado un espacio de su fiel cumplimiento para escuchar al Maestro. María quizá ya había terminado con sus obligaciones y es verdad, podía ayudar a su hermana y sentarse las dos a escuchar a Jesús, pero parece que en Marta el tiempo es suyo y que la lentitud de su acción siempre retrasa lo importante: la escucha. María trabaja, por eso su escucha le hace ser más ordenada en su tiempo; Marta, muy desordenada no puede descansar ni un minuto porque todo lo dejó, quizá para lo último. Son conjeturas, creo que ambas tienen cosas que decirnos. Pero sí es bueno hacer la reflexión de este momento, ¿qué es lo más importante para mí? ¿Dónde radica mi felicidad? Porque debo ser responsable como Marta en mis quehaceres, pero ¿cómo ordeno el tiempo en ellos? ¿Me pierdo de un lugar a otro? No dejar de ser como Marta, cuyo trabajo mantiene la casa en orden, aunque ella parezca un poco desordenada; pero también ser como María, cuyo tiempo transcurre en el gozo del evangelio. Todo en ella es Jesús, de ahí, que todo se hacer es amor. Le da tiempo de trabajar y le da tiempo de sentarse a los pies del Señor. Un equilibrio que debemos encontrar en nosotros. ¿nos atreveremos a detener esos tiempos frenéticos donde abunda el cansancio de la nada? ¿nos comprometeremos con nuestras responsabilidades sin abandonar la principal que es el amor a la escucha de sus palabras? En fín, tendríamos espacio para muchas preguntas. Dejémoslo aquí.
Si no nos respondemos, quizá nos quiten la parte mejor y quedaremos destrozados por el cansancio de la nada, pudiendo habernos desgastado por el trabajo en el amor y en la escucha.
¡FELIZ DOMINGO, HERMANOS Y HERMANAS!
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