JERUSALÉN: TRADICIÓN DE FIDELIDAD
- comunidad monástica
- 6 jul 2019
- 7 Min. de lectura

LITURGIA DEL DOMINGO XIV
DEL TIEMPO ORDINARIO (7 DE JULIO)
Primera lectura
Lectura de la profecía de Isaías (66,10-14c):
Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.
Porque así dice el Señor:
«Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado, se manifestará a sus siervos la mano del Señor». Palabra de Dios.
Salmo 65
R/. Aclamad al Señor, tierra entera.
V/. Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!». R/.
V/. Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres. R/.
V/. Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos en él,
que con su poder gobierna eternamente. R/.
V/. Los que teméis a Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica,
ni me retiró su favor. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta de san Pablo a los Gálatas (6,14-18):
Hermanos:
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.
Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura.
La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.
En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén. Palabra de Dios.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-12.17-20):
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo». Palabra del Señor.
COMENTARIOS A LAS LECTURAS
DEL DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
(7 DE JULIO)
La imagen de la ciudad de Jerusalén es la de aquella que representa un centro y un camino. Debería ser, hoy día, Jerusalén esa ciudad hermosa donde todos los pueblos dirigieran su mirada para la paz. Sin embargo, ya vemos como los conflictos entre israelíes y palestinos implican ruptura de tierra, de corazón, de espiritualidad. Tanta guerra en la ciudad de la paz, es signo de cómo Satanás hace sus triquiñuelas para hacer tambalear a la humanidad.
Y, a la vez, esta imagen de la ciudad celestial, nos lleva a rescatar a los cristianos toda la simbología de dicha tierra, cuyos caminos fueron realmente recorridos por el Dios de Abrahám, de Isaac y de Jacob. Tierra de David y, esa tierra de María y José. ¿Qué implicará a la comunidad cristiana, a la Iglesia la recuperación de esta ciudad en su fe? Nada más y nada menos que la paz. Sí, porque la Escritura de Isaías dice: “Yo haré derivar hacia ella, como un río la paz”. Y esque, la Palabra de Dios no puede contener a medias la realidad del Reino, ni de la conversión. Toda la Escritura es la total exposición del amor de Dios y de su actuar en nosotros. Pero, para ello hay que amar a Jerusalén. La Iglesia debe dirigir su mirada hacia los montes del Señor, no olvidar lo que en esos caminos iba ocurriendo al paso de Jesús. Jerusalén está llamada a ser riqueza, pero no para unos pocos, está llamada a ser “consuelo”, porque es la ciudad de Jesús, el Hijo de David, y sólo Él puede dar lo mismo del corazón de Dios, porque Jesús es Dios-con-nosotros, el Emmanuel. Para nuestra fe, Jerusalén debería ser como un gran hospital de sanación, ir allí con la fe, acudir a sus calles con las imágenes del Evangelio es fidelidad a unos hechos concretos, sucesos en el tiempo, momentos imborrables en la mente del hecho más grande que ha podido ocurrir para la redención del hombre. Ser una Iglesia de Jerusalén es mantener además la fidelidad a los Hechos de los Apóstoles. Muchas personas nos dicen que por qué la Iglesia sería la única, o la que tiene una autoridad creíble y la respuesta es sencilla: la Iglesia nació en la Pasión del Señor, se fortaleció en la persecución y, se reunía en dicha ciudad como signo de fidelidad a la Palabrea recibida. Por eso, nuestra comunidad eclesial es auténtica experiencia de salvación universal.
La Jerusalén que está llamada a ser instrumento de paz para los pueblos y la Iglesia Católica como Nueva Jerusalén, la Esposa del Señor, por cuyas venas corre la fe imparable de los Apóstoles es la encargada de anunciar, con total libertad el Evangelio. No puede haber otros profetas, ni apóstoles en la plenitud del anuncio fuera de la comunidad sufriente de Jerusalén. De ahí, que rechazar la cruz, la historia del Maestro y pasarla a un segundo plano con la excusa de la Resurrección es un error doctrinal. Para ser verdaderos profetas hay que estar en el Monte Tabor sí, pero también en la habitación de la cena del Señor y en el huerto de los Olivos, y en el Calvario. Sólo desde aquí, el camino de Emaús no se nos hace extraño y comprendemos los gestos santificadores de Jesús al partir el pan. Sólo así podemos reunirnos bajo la acción del Espíritu y hacer temblar la ciudad por los cantos de amor. De ahí, como dice san Pablo, la Iglesia no se “gloría de sí”, sino en la “cruz del Señor”. La cruz sigue siendo para los que estamos bajo el techo de la Nueva Jerusalén una escuela de humildad cristiana, de seguimiento y de querer estar crucificados mientras otros sufren. No volvemos la cabeza ante el dolor, ni cambiamos de canal cuando algo desagradable me toca en mi egoísmo. Sólo el poder de estar de pie, de rodillas, postrados ante la Cruz de Jesús, nos hará ser “nuevas criaturas”.
Ya veis que cuando hablo de Cruz, no hablo de un madero sin más, sino del signo-cordero que en él estuvo clavado. La Cruz, como dolor sin más es frustrante, pero la cruz con el Cordero Inmaculado es puro encuentro de comunión y esperanza. Ya san Pablo nos dice hoy que “la paz y la misericordia de Dios” puede llegar a nosotros si somos fieles a estas calles de Jerusalén, porque en ellas Dios mismo se muestra. Es tal la pasión de Pablo por Jesús que asume en sí, por gracia esas llagas dolorosas de su Señor Crucificado. Y, no es una retórica paulina, ni una victimación estúpida, sino un anhelar ser uno con su amado. “llevar las señales de Jesús en sí” es un triunfo del poder redentor de Jesús. La Iglesia no deja de estar crucificada, de estigmatizada en verdad a través del dolor de sus hijos. Por eso, que nadie nos venga a decir lo que sufre, sólo para darnos lástima, no. Sabemos qué es estar adoloridos, sufriendo, lo llevamos en el cuerpo y por eso, anunciamos la salvación.
Y estos que decimos puede ayudarnos precisamente a entender el evangelio de este domingo. ¿No es Jesús el que envía a sus discípulos? ¿No es él el que les dice lo que deben decir y anunciar? Sí, es Jesús el contenido de la predicación evangélica de la Iglesia. Por eso mismo, podemos decir que en la evangelización y en la teología o en la defensa de los Dogmas de fe, en la vivencia de los sacramentos, no hay lugar a la duda. Desde el principio la Iglesia ha sido parte de la Jerusalén del cielo. En ella el evangelio es su razón de existir. No se debe inventar ni forzar nada, solamente mirar a su Esposo y serle fiel.
El Señor envía para que se proclame su verdad, no lo que “otros” quieran pensar. Aquí no hay espacio para la improvisación. En Jesús no existe esa posibilidad. Por eso la misma liturgia de la Iglesia, su forma de enseñar, de celebrar es una fiel mirada al Corazón infinito del Cordero. A veces parece que nos da vergüenza ser cristianos, y nos sentimos acomplejados porque nos mantenemos en la verdad. ¿No debería ser al contrario? Cuando hablamos, mostramos o silenciamos contemplativamente nuestra vida cristiana deberíamos ser esos faros de luz para otros. La fidelidad al mensaje cristiano es lo que hace caer a Satanás. Muchos nos despreciarán, otros no nos creerán, pero nuestra misión es ser fieles, no tener éxito ni aplausos.
Por querer imitar muchas veces hemos caído en el fanatismo, por querer acercar a la gente a la fe hemos cometido fallos garrafales. Parece que no estamos contentos y debemos añadir, quitar, a nuestras celebraciones cosas que atraigan a los jóvenes, por ejemplo. ¡NO! No hay necesidad de eso. Mantenernos fieles es ya evangelizar. Nuestra fe no es un circo, es una experiencia de comunión, sin luces, sin humo, sin colores que resalten algún momento. Somos, de por sí “la sal y la luz del mundo” y esto, también nos lo exige el Señor.
No quieras vivir en una Iglesia de saltos, tú mantente en la Iglesia de la fe. Una Iglesia que camina, tropieza, pero se levanta. No te alegres por los dones recibidos, sólo ponlos en marcha con humilde fe. No hables de tu interior con cualquiera que pueda pisotear la Obra de su amor en ti. Sé fiel. No más.
FELIZ DOMINGO.
Comments