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ENTRAR EN LA JERUSALÉN DEL HOMBRE


DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

SEMANA SANTA 2019

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (50,4-17):

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.

El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos.

El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Palabra De Dios.


Salmo

Sal 21,2a.8-9.17-18a.19-20.23-24

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?


Al verme, se burlan de mí,

hacen visajes, menean la cabeza:

«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;

que lo libre si tanto lo quiere». R.

Me acorrala una jauría de mastines,

me cerca una banda de malhechores;

me taladran las manos y los pies,

puedo contar mis huesos. R.

Se reparten mi ropa,

echan a suertes mi túnica.

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;

fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.

Contaré tu fama a mis hermanos,

en medio de la asamblea te alabaré.

«Los que teméis al Señor, alabadlo;

linaje de Jacob, glorificadlo;

temedlo, linaje de Israel». R.


Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,6-11):

Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de si mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.

Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Palabra de Dios.


Evangelio

Evangelio según san Lucas (22,14–23,56):

En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre

C. Y se pusieron a acusarlo diciendo

S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos

al César, y diciendo que él es el Mesías rey».

C. Pilatos le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. El le responde:

+ «Tú lo dices».

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:

S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».

C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.

Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

C. Pero ellos insitían con más fuerza, diciendo:

S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».

C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes,

que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.

Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio

C. Herodes, al vera a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.

Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.

Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre si.

Pilato entregó a Jesús a su voluntad

C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:

S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Ellos vociferaron en masa:

S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».

C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:

S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Por tercera vez les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.

Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí.

C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.

Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán:

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Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (22,14–23,56):

En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre

C. Y se pusieron a acusarlo diciendo

S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos

al César, y diciendo que él es el Mesías rey».

C. Pilatos le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. El le responde:

+ «Tú lo dices».

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:

S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».

C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.

Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

C. Pero ellos insitían con más fuerza, diciendo:

S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».

C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes,

que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.

Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio

C. Herodes, al vera a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.

Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.

Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre si.

Pilato entregó a Jesús a su voluntad

C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:

S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Ellos vociferaron en masa:

S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».

C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:

S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Por tercera vez les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.

Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí.

C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.

Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: "Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes: "Caed sobre nosotros", y a las colinas: "Cubridnos"; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿que harán con el seco?».

C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Jesús decía:

+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.

Este es el rey de los judíos

C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:

S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:

S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».

Hoy estarás conmigo en el paraíso

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:

S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:

S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada».

C. Y decía:

S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

C. Jesús le dijo:

+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:

+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

C. Y, dicho esto, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa

C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:

S. «Realmente, este hombre era justo». Palabra del Señor.

COMENTARIO A LAS LECTURAS

DEL DOMINGO DE RAMOS

Es Dios quien da, el que da valor a la vida. Solo Él nos hace posible que nuestra vida tenga un sentido profundo y real, humano y, como sabéis, divino.

Comenzamos ya esta Semana Santa entrando a Jerusalén. Pero no podemos entrar de cualquier forma, Jesús no entro sin preparación y sin sabiduría. Según Isaías, el Ungido ha sido precisamente preparado para una misión concreta. El Hijo del Hombre, el Dios-con-nosotros, se deja preparar para la misión y, dicha preparación solo la realiza el Espíritu Santo. Tener “una lengua de iniciado”, es saber tener palabras en la boca que alimenten, sostengan, animen, fortalezcan a quienes nos oyen o pueden oír. Jesús es aquél cuya palabra es de vida eterna, la palabra que fortalece y es creíble, porque no es egoísta, ni egocéntrica. Y, hoy día, los cristianos de la pasión, han de dejarse llenar por esas palabras sabias que surgen del fuego devorador de la unción. Nada más y nada menos que con la señal recibida en el bautismo, nos hacemos acreedores de la esperanza, del ánimo para sostener a los que están a punto de caer. Nos preparamos para escuchar, como Cristo, pero agudicemos el escuchar, porque con frecuencia lo que hablamos o lo que escuchamos es vergüenza y debilidad de los que no le creen. Cristo nos ha escuchado y ha escuchado la voz del Padre, por eso sabe escucharnos y atender a nuestras necesidades. Hoy, el mundo necesita “iniciados” que sepan hacer en Cristo la misión de escuchar. Por eso, hermano y hermana que quieres ser escuchado no te detengas en ti como en un universo, sino ábrete a la gracia del otro, habla la verdad de los hechos, de los acontecimientos, pero sin herirte o mantener la herida abierta, por el contrario habla para sanarte. Cristo está dispuesto a escucharte y, que mejor hacerlo que por medio de su Esposa la Iglesia y de sus ministros y personas espirituales cuyos desposorios con Cristo son realidad del Espíritu.

Escuchamos con el riesgo de ser azotados, escuchamos con el riesgo de que nos traicionen, acogemos en la escucha a pesar de que luego hablen de nosotros ¿y? Nuestra misión es preparar nuestro rostro como el pedernal, apretar los dientes para amar, contenernos, pero no en ira, sino en pacífica armonía de amor creyente, si a Él le persiguieron, también a nosotros nos perseguirán”. Dejarnos golpear en nosotros es no dejar de amar. Hagámoslo.

Si, creamos en este “modus operandi” de Jesús, hacernos esclavos de amor, de servir incluso a los que nos persiguen, hacernos cristianos locos de un amor pasional por la humanidad en sí y ver en cada hombre un cacho de cielo, de vida divina. Nosotros debemos ver por los que dejaron de verse como obra De Dios, como hijos de Dios. Jesús era Dios, pero se rebajó, creyó Jesús en rebajarse para ensalzar en nosotros el perdón del Padre por nuestra infidelidad, se rebajó con el fin de hacernos ver el camino nuevo contrario al que se nos indica: la fuerza, la destrucción, el poder, la venganza, el odio, la ira…y un sinfín de condenas que contenemos por desobediencia. La obediencia es clave ahora, si no te haces obediente entonces no serás pasional, ni palabra de ánimo y de sostenimiento. Quien obedece no teme, como su Maestro, abajarse, porque le cree. Él mismo nos ha dicho aquello de “si no me crees a mi, creed a las obras que yo hago, porque ellas dan testimonio”. ¡Cómo no creerte Señor de mi vida, cómo no creerte! Me invitas a abajarme de este orgullo imposible por su peso de hacerme volar como tus sueños humanos y de misericordia. Y, “quien se humilla será ensalzado”, palabras tuyas, de tu boca, de la cual salen las lecciones más hermosas de vida eterna y de verdad encarnada. Yo quiero abajarme hasta el punto “de llegar a abrazarme a tu cruz”, como también nos dice nuestra Fundadora Victorine Le Dieu. ¿Puede el creyente desear puesto más grande y santificador? Pienso que no lo hay, al menos para los que creemos.

Por eso, acércanos al relato de la Pasión de Jesús es dar el paso de quienes no abandonan al Señor, sino que lo siguen con el riesgo de pasar por el mismo suplicio. La Pasión es el Sí de Jesús al hombre callado, cobarde, mal educado, traidor. Entender la Pasión es abrir los ojos al dolor, a la ignoráis, al sufrimiento si. Y, aunque ahora algunos digan aquellas ideas de que “Dios no quiere nuestro sufrimiento” o aquello de “él sufrir o el dolor no sirven para nada” debo rebatirles y decirles que están equivocados, porque fue la entrega de Jesús, su boca llena de palabras sacramentales las que me redimen, curan y devuelven la vida. Y, una entrega silenciosa, ¿ quien puede creer a un moribundo? Pero que llega hasta el final, porque el amor verdadero es hasta el final.

El dolor, siempre será aterrador y malo, más cuando lo provocamos, pero puede ser reconstructor de voluntades, cuando nos enfrentamos a él con la fe y los ojos fijos en el Cordero Santo. Dios no quiso el dolor, pero los hombres se lo infringieron y él en vez de huir, como hacemos nosotros, se quedó y lo elevó a redención. Y vemos que hay hombres que sufren por muchas causas, enfermedad, situaciones personales, momentos vitales, en fin, y no podemos cerrar los ojos, porque aunque lo neguemos el dolor forma parte de la humanidad y no se puede callar, por el contrario debemos denunciarlo, sanarlo, acompañarlo. No dejemos al hombre solo con su dolor, sea creyente o no, sé consuelo y compañía.

Así, la Pasión es una decisión personal y, si deseamos totalmente comunitaria. No te escandalices, sino que adéntrate con Jesús en esa Jerusalén humana, injusta, donde no se reconoce ni el valor de la vida ni de las personas, entra humilde, pero fuerte porque sufrirás la misma suerte del Señor Jesús, te abandonarán, te traicionarán pero, si eres fiel y te mantienes en la fe, en medio del sufrimiento, Dios será tu luz.

Comencemos este camino, acompañemos al Señor en su entrada a nuestra Jerusalén y no le rechacemos.

FELIZ DOMINGO DE RAMOS.

 
 
 

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