DIOS: JUSTICIA Y VERDAD
- comunidad monástica
- 26 oct 2019
- 7 Min. de lectura

LECTURAS DE LA LITURGIA DOMINICAL XXX DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18):
EL Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. El Señor no tardará. Palabra de Dios
Salmo
Sal 33,2-3.17-18.19.23
R/. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó
V/. Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren R/.
V/. El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias. R/.
V/. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él. R/.
Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18):
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Palabra del Señor.
COMENTARIO A LAS LECTURAS DEL DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO (27 DE octubre de 2019)
Podemos creer que la justicia es una materia fácil de desarrollar y de exigir. ¡justicia!, gritamos, pero ¿qué buscamos con la justicia? ¿Resarcirnos de situaciones en las que nos encanta ver caer a los enemigos? ¿Justicia que me proteja en mis intereses aún sabiendo que no es justo? Sí, de la justicia hemos hecho una verdadera obra teatral, llamando a la justicia y, en el fondo prostituyéndola con nuestras acciones mentirosas y muy en desacorde con la realidad y, sobre todo con la verdad. Pienso en justicia, pienso en verdad. Inseparables. Hemos de adentrarnos en estas dos palabras que buscan la contribución del interior del hombre en una unidad perfectísima. Quien busca justicia, anda en la verdad o quien proponga justicia, ha de ser en verdad. Quien
dice la verdad, ha de ser justo con sus comentarios y no añadir, ni inventar y mucho menos levantar falsos testimonios por ganar. Quizá en esta búsqueda de la justicia, los cristianos tenemos mucho que decir, mucho que aportar y, mucho en lo que salvar en verdad.
Los creyentes nos apoyamos en el Dios justo, no miramos ni nos inventamos una justicia basada en contiendas ni falacias humanas. Cuando hablamos y defendemos la justicia, sabemos que estamos ante la mirada del que es Justo, del que nos justifica: ¡Dios el siempre justo! Por eso ante los hombres no nos defendemos como ellos, que se les llena la boca de palabras de justicia, de honores, de mercaderes de vacíos oscuros cuya mirada denota ya la injusticia que realizarán o provocarán. Sabemos que “el Señor es nuestro fuerte refugio”, como dirá el salmo. Dios es quien mira nuestras acciones y las dispone en su corazón que es como el barómetro donde se sabe sin tapujos las disposiciones del alma, las intenciones de los actos, de ese corazón-medidor de justicia, nadie se salva, ni los aburridos cristianos siempre amargados, ni los alegres de la vida que viven sin la justicia y la caridad, ni los hombres y mujeres de Dios que se ofrecen cada día, ni los que dicen vivir en la verdad y que “les gusta decir siempre esa verdad”, amañada por el orgullo y la maldita creencia de ser superiores a los demás para aplastar con la palabra; ningún ser humano puede escapar de la ternura del corazón justo del que es el único Justo, Cristo.
De ahí que debemos abrir nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad a querer ir por los caminos del Señor con la disposición de que en nosotros se haga justicia. No buscaremos jamás favoritismos, ni membresías…¡no! Sólo la justicia de la verdad. Callaremos ante nuestros errores cuando nos corrijan, hablaremos de los hechos en la paz de nuestras acciones, no nos justificaremos ante el error y pediremos perdón sin demora, pero diremos la verdad con paz cuando se nos juzgue de forma injusta, nuestra mirada se abrirá en transparencia y, nadie, escúchame, nadie, podrá arrebatarte el amor pacífico del Señor al verte actuar como su siervo humilde. Porque Dios, hará justicia ante tus enemigos. Esperar es signo de justicia, verdad, es el fruto de la misma.
Y, de todo esto que te comparto, hermano mío, hermana mía, ya ves como san Pablo abre su corazón a Timoteo y le explica lo que sucede en su vida, de alguna forma es como ese desahogo personal con un amigo y hermano en la fe. Los creyentes tienen derecho a los amigos del alma y de camino. Y Pablo no deja de asegurar que por su fe, Dios le hace justicia frente a los enemigos. La conciencia de Pablo no es la arrogancia del que habla de sí para gloriarse de sí. Es el camino opuesto, el cristiano habla de las maravillas que Dios hace en él, no las esconde, porque la gloria de Dios lo amerita. Habla y habla, abiertamente, sin temor de pasar por arrogante o soberbio, sólo habla del amor, de la paz, de la justicia que Dios ha ido realizando en el camino de su fe. Te pueden abandonar, se pueden cerrar los oídos ante ti, pueden dejarte solo los que creías que estaban…todo esto produce el dolor humano, signo de nuestra sangre que corre vitalmente por nosotros, pero ni este dolor podrá con la inmensa paz del que todo lo ve y te protege. Mucha gente dice, “…pero ¿y Dios? ¿Dónde está? Mira las situaciones difíciles que pasan”, signo de las personas facilistas que todo lo malo lo achacan a Dios y todo lo bueno a ellos. Personas que culpan a Dios de los acontecimientos terribles humanos y ellos siguen las noticias cómodamente desde su hogar, su posición…¿dolor por la humanidad? Son incapaces de sentir dolor. Sólo piensan en ellos. Y yo digo como Iglesia: “Hermanos y hermanas creyentes, ánimo, Dios sabe de nuestras cuitas”, bien sé que en el martirio, en la soledad, Dios nos abraza tan fuerte que sólo su Comida nos hace entendernos fielmente en verdad y justicia.
Cuando somos conscientes de nuestra realidad humana, entonces podemos entendernos como lo que somos en verdad: pobres, pequeñísimos, débiles, falibles, errados, y no caeremos en la red mentirosa de la apariencia. Porque estamos en un mundo donde aparentar pareciera esencial, ontológico a la naturaleza humana. Aparento para aplastar, aparento frente a los demás para hacerles sentir menos, aparento, pero…nadie, como pasa en el corazón de Jesús se salvará de ser mirados y juzgados por el amor. Los ricos, pueden ser muy ricos…morirán. Los pobres pueden ser extremadamente pobres…morirán. Y así todos y cada uno de nosotros. Porque nuestro valor no está en la posición social, sino en el hecho de haber sido amados con amor eterno. Y, sólo desde aquí seremos caridad, la entenderemos y la pondremos en práctica. Porque si se trata de morir, muramos por el amor dado, si se trata de vivir, vivamos siempre agradecidos y compartiendo con los demás. ¿Dónde está tu felicidad? Te dará la respuesta única y clave para que seas feliz: date, ofrécete como lo que eres: ¡un don de Dios parea tus hermanos! Y ahí, ríete de la muerte, de tus pecados, porque cuando te des en su Nombre, Dios bañará tu cuerpo, tu mente, tu voluntad en su Sangre y será justificado.
Y así, tu oración no será como la del fariseo, henchido en sí, sino como la del publicano, abajado en su realidad, sabía que estaba frente al Dios que ve, que observa para no “hacernos caer” o si caemos, él levantarnos. Porque Dios es misericordia infinita para los que lo aman. Pero si te empeñas en ser arrogante en tu oración, en recordar las obras “buenas” que haces, mal has entendido tu vida como un don. Haz lo que tienes que hacer sin pavonearte, simplemente haz, por amor, eleva oraciones al Señor por tus hermanos, dile que te enseñe cada día a ser más hermano. Y lucha, porque quien lucha hace justicia de paz y vive en la verdad que se ha de imponer al error de los actos humanos que se hacen con maldad.
Jamás actúes con un corazón torcido. Mira que Dios es un Corazón recto…camino en el que no te perderás e irás derecho al cielo.
FELIZ DOMINGO
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