Dar gloria a Jesús es abrir los ojos
- comunidad monástica
- 21 dic 2018
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Esa visión de eternidad, de majestad que Daniel observa es una contemplación profundamente estática y a la vez dinámica del alma abierta a la gracia “de lo Santo”. El hombre puede contemplar sin error, cuando sus ojos (como el Señor Jesús decía) son limpios. Un pueblo de ojos limpios, claros, que se abren a la gracia eterna de sentir el fuego del Dios amor. Pero, ¿quién se presenta anciano? ¿Por qué se le entrega el poder sin fin y el reino eterno?
Jesús un día dijo que había venido para hacer la voluntad de Dios. Su encarnación era la obediencia al plan salvífico del Dios Padre que a la hora de realizar su proyecto , cumple las profecías, lanza el Verbo en las entrañas de una mujer por la Sombra del Altísimo al mundo y abre la puerta a todas las gracias. El cielo eterno se hace presente en la tierra diminuta. Jesús es el obediente que tras dar su vida ahora está de nuevo sentado a la derecha del Padre. Dar gloria a Jesús es abrir los ojos a la experiencia de sabernos tan redimidos que mirar al cielo es ya contemplar la gloria que un día se nos descubrirá en plenitud, sin velos. La sensación tantas veces de ver cómo intentamos “caer bien” a Jesús. Como si él fuera un “bacán”, o esa famosa y desacertada frase para referirse a Jesús “el man”. Jesús no es el colega, no es el súper amigo ni le buscamos como “un comodín” de la vida. Basta de meter a Jesús en nuestro sucio juego de la vida, de obligarle a que se humanice de tan manera que se olvide de su esencia. Basta de ser cristianos de “amiguitos”, para dar el salto de la fraterna comunidad donde Jesús, ES EL SEÑOR, donde reconocemos, adoramos y reverenciamos al Hijo de Dios como el Señor de la historia. Yo no quiero un amigo que me salve, no necesito una fe de oportunidades o de intereses, necesito una comunidad donde Jesús no sea un invento para mis estados de ánimo, ni quiero unos hermanos que falsifiquen la dureza del evangelio para salvar la carne. Anhelo una comunidad santa, donde sabe que su camino de seguimiento a Cristo es esencial para entender mi historia destrozada o perdida. Una Iglesia de hombres y mujeres que creen en el Señor y saben que en la comunidad está el sacerdocio que consagra y se alimenta del Jesús Señor, Rey y Redentor. No quiero que me engañen, mi fe es la profesión de lo que creo, en quien creo. Y, Siguiendo con la idea, yo me adhiero al Jesús que está ante Pilato. Ese Jesús de carácter y personalidad. “¿Qué has hecho?” es una pregunta que le lanza el cobarde ciego de Pilato. Y, aquí, me duele el corazón, porque muchas veces, he sido, soy como este traidor de la visión de eternidad al decir que Jesús por mí, no ha hecho nada. Y, eso, no es así. Nada es lo que yo produzco, nada es las estupideces que defiendo, nada es la siempre manía de ganar, nada es la soberbia con la que miro, me impongo y humillo. Toda la nada viene de mí. ¿Qué ha hecho Cristo? Amarme. Sí, se que suena hasta pobre, pero es lo más grande que ha ocurrido. Si comprendiera el amor, me encarnaría, me haría verdadera carne, miraría con ojos creacionales y sería un discípulo del Maestro que no tendría miedo por enfrentarme a los enemigos de la vida, de del hombre. Demonios que destruyen el reino interior del Santo en mí. Amarme, redimirme, son acciones divinas en mi historia. Se ha encarnado Jesús por amor, se ha hecho Palabra para que yo tuviera verbos existenciales, contundentes, imperativos que me saquen de esta mediocre vida en la que estoy, por la que lloro. ¿Qué qué ha hecho por mí? Subir a la Cruz, callarse, dejarse pegar, permitir los insultos y salivazos de la ignominia… No, no estimado Pilato, estás confundido, No es la gente quien hace a Jesús Rey, es su soberanía de amor el que le constituye como Rey. Los que le entienden aman, y los que aman, se visten del Rey, de Cristo. Por eso ellos reconocen en Jesús toda la realeza y se postran ante Él. Le comulgan y no hacen de él un “modus vivendi”; no hablan de Jesús para sacra intereses, no le utilizan para sus planes mundanos, no se dejan amedrentar por los enemigos del Señor y de la Iglesia, sino que se ponen ante el mal, lo encaran con la caridad del amor, lo empujan al abismo del error con la fe. Jesús no necesita de ti, Pilato, ni de los secuaces. Él es el Rey de la humilde venida, que no ha venido a cascar “la caña vacilante”, ni a abolir, sino a la plenitud. Entremos en este domingo con tanta alegría que salten de júbilo nuestros labios al adorar al Hijo de Dios, que es Cristo, nuestro Rey.
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