AGUJEROS DE RESURRECCIÓN
- comunidad monástica
- 28 abr 2019
- 7 Min. de lectura

LECTURAS DEL DOMINGO II DE PASCUA
28 DE ABRIL DE 2019
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,12-16):
Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban. Palabra de Dios.
Salmo
Sal 117,2-4.22-24.25-27a
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.
Segunda lectura
Lectura del libro del Apocalipsis (1,9-11a.12-13.17-19):
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra, Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: «Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.» Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: «No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.»
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre. Palabra del Señor.
COMENTARIO A LAS LECTURAS
II DOMINGO DE PASCUA 2019
Ya hace una semana de la Resurrección del Señor, el hecho que transformó, nunca mejor dicho, la vida de los discípulos y de la Iglesia que en ellos se gestaba. La Iglesia de los Apóstoles, de los cobardes traspasados por el amor incondicional del Maestro.
Sólo un hecho así, de esa magnitud fue el que transfiguró en ellos la experiencia del Tabor, la aguda realidad de Getsemaní o la terrible experiencia del Calvario, así como el temor y el encierro por miedo a los judíos.
Una semana y ya están ahí, asumiendo el reto pascual de Cristo en sus vida, asimilándolo a sorbos, como un enfermo cuyo cuidado exige ir despacio pero con mano firme para que se recupere.
Hechos de los Apóstoles nos lleva a esa sensación maravillosa de “ya no temer”, de salir, de permitir que la fuerza del Resucitado actúe en los signos y prodigios en medio del pueblo. Claro y la gente veía a estos hombres y mujeres con valentía hablar, predicar al Señor Jesús, quien hacía una semana había sido el escándalo y su ejecución. Dice la palabra que no se “atrevían a juntárseles”, claro, me imagino todos los sentimientos, los sentidos encontrados, la sensación de una conciencia débil, manipulable…pero lo que esos hombres hablaban tocaba y permitía el acceso a su fe, este grupo no marginaba, sino que abría sus puertas para los más apartados: enfermos, endemoniados, heridos por la lepra…en fin, “una Iglesia de inclusión”, ahora que tanto se pondera eso de incluir, pero bien, no de una forma errada y bipartidista.
La “sombra de Pedro” al alcanzar a éstos, les bastaba para ser sanados en nombre de Jesús. Un simple signo, tan débil, pero tan contundente como “una sombra cristiana” para sanar.
No quiero ni contar cuantas sombras cristianas ahora hay en el mundo. Y qué poco actúan dichas sombras de vidas desanimadas. Hasta parece gracioso y divertido escuchar a muchos decir que ellos no creen y que de Iglesia nada. Eso es triste, porque una vida sin la única Vida…poco es. Volvamos a sacar nuestras sombras a la calle, a depositarlas sobre la vida de los demás en nombre de la fe que profesamos. Eso ya es un signo de auténtica misericordia.
Y si Pedro exponía su sombra y curaba y ahí comenzó la persecución, ahora es Juan, el apóstol valiente que cubrió con su sombra el cuerpo de Jesús tras bajarlo de la cruz el que está detenido. Ya lo había advertido el Señor: “Si a mí me persiguen, también a vosotros os perseguirá”. Se cumple, ayer y hoy. Muchos desearían que hubiera muchas islas “Patmos”, donde recluir a los cristianos.; allí cerrados no darían guerra, no habría que escucharles hablar de su pasión. Este mundo de alguna forma es una Patmos donde viven esclavos de sí mismos, hombre, mujeres, adolescentes, niños, ancianos que se encuentran, aunque no lo definen en una gran cárcel del mundo. Abrir esta prisión es promover la libertad, la igualdad, la capacidad de la eternidad en los corazones que se acaban en la nada. Juan, un discípulo está en la cárcel, prisionero por ser cristiano. Hoy día, nosotros estamos en esta cárcel de Patmos, donde supuestamente brilla la ideología, sobra la libertad, ahora se puede ser lo que se quiera…Y, ¿qué podemos hacer en medio de esta ruina? El anuncio de la Resurrección trae precisamente no cansarse de anunciar la vida eterna, aunque nos juzguen de revolucionarios, de opresores. Volver a ser nosotros los cristianos que recordamos a los presos, a los esclavos que son liberados por el amor.
Pero esta misión ardua, no se consigue de la noche a la mañana. Debemos ser los creyentes del éxtasis, palabra sacada hoy día de contexto y rebajada a ser una mera sensación de atadura provocada por la droga. Ser cristianos elevados en la gracia para elevar a tanto desnudo a ser revestido por la gracia, cristianos contemplativos que se lanzan a rescatar al hombre, a la mujer solitaria de amor, rotos por las decepciones del mundo. Sí, digamos verdad: estamos desencantados (también los creyentes) de esta realidad. Volver a un éxtasis maravilloso de la visión del Cordero, del que puede abrir el sello del libro santo y cuyas llaves están en su mano. Llaves de vida o muerte. Sólo así podremos ofrecer esa misericordia infinita del Salvador. Verle, contemplarle…liberarse.
.
Es el primer día de la semana, todos los discípulos están encerrados, hay miedo, ya lo dijimos más arriba, es el momento del desconcierto. Pero aunque las puertas están cerradas, el Señor se pone en medio. Es como un amor penetrante, que no puede quedarse fuera del recinto de amor, que es el hombre, incluso lleno de temores. Y dice: “Paz”. Menuda palabra tan corta y, a la vez tan grande. Aunque esta Paz del Señor nada tiene que ver con la que los hombres nos empeñamos a crear, paz a mi tamaño y necesidades, pero dejando a los demás fuera de ella para que no me rebajen mis expectativas reales de ser más fuerte. Y así, mientras haya fuertes y débiles, vencedores y vencidos, no puede haber paz. La Paz de Jesús es la Paz de su Resurrección. Es el fruto de la plenitud del que ama y del que desea amar a su forma resucitada. Y vuelve a repetir: “Paz” y les regala el Espíritu Santo como don de perdón, de reconciliación de la criatura con su Creador.
Mucha gente habla de paz, pero no dan sino tranquilidad pasajera, momentánea; muchos hablan de justicia, pero no llegan a tocarla por su forma injusta de vivir, muchos ponderan el amor, pero no saben qué es ni cómo se expresa. Sólo Jesús trae la paz y la pone en los corazones de los que creen, porque sólo la paz es el fruto del perdón otorgado con serena confianza. La vista de los agujeros en las manos y en los pies son el signo de un amor eterno, imposible de cuantificar o medir, es el amor traspasado y donado.
Ver al Señor es la misericordia que hoy debemos ofrecer a los hombres, una misericordia que pasa por los agujeros del Señor y por los cuales vemos, como en un espejo nuestra realidad de pecado y de gracia. Visión inconfundible y reparadora de nuestra vida. Somos como el Tomás inicial: “Si no meto…” pero debemos saltar al Tomás rectificador: “Señor mío y Dios mío”, como un antes y un después. No es sino la posibilidad excelsa de conversión. La misericordia llega al ser humano por nuestra conciencia de perdonados. La experiencia de cercanía con Cristo nos invita a que hagamos que otros se acerquen. Ver las obras de Cristo no es sino descubrir impreso en el corazón del bautizado el Primer día de la Semana, como signo del renacer para siempre con Cristo en Dios a la eternidad de su Misericordia.
Comments